Ernesto Ottone – El concepto de acumulación civilizatoria

No hay valores universales establecidos de una vez y para siempre, a los cuales todos los humanos deban adherir, ni hay identidades nacionales, locales o regionales que no estén transformadas e influidas por los “otros”, a través de la historia.

La versión equivocada pero tan frecuente de poseer una verdad universal exigible a todos o de una identidad tan singular que no puede adecuarse a nada distinto está en la base del conflicto y la violencia.

“Civilización o Barbarie”[1] es un intento ensayístico que pretende ilustrar a través de la historia, asomándonos a diversos momentos y coyunturas, que las identidades culturales aun aquellas que se pretenden más puras siempre han estado sujetas a altos niveles de mestizajes, de intercambios de evoluciones y que la búsqueda de lo universal también está atravesada por una construcción difícil conflictiva y cambiante.

No hay valores universales establecidos de una vez y para siempre, a los cuales todos los humanos deban adherir, ni hay identidades nacionales, locales o regionales que no estén transformadas e influidas por los “otros”, a través de la historia.

La versión equivocada pero tan frecuente de poseer una verdad universal exigible a todos o de una identidad tan singular que no puede adecuarse a nada distinto está en la base del conflicto y la violencia.

La pregunta que se plantea entonces es como combinar valores universales con identidades culturales.

Tal conciliación es imposible si consideramos lo universal como sinónimo de una cultura superior inmodificable, ajena al tiempo y al espacio ya sea porque su origen es transcendente o su superioridad implacable y debe ser trasladada al otro como un todo, entrando en su historia a la fuerza, si así se requiere.

Es imposible también si se entiende la identidad cultural como algo estático invariable que se encarna en formas de convivencia excluyentes, en la repetición infinita de una singularidad exacerbada que es más dura que su propia historia, y que pretende adscribir las personas a una pertenencia única que abjura de la diversidad degenerando en un comunitarismo sin ventanas.

Así considerados, efectivamente son conceptos llamados al enfrentamiento.

Para encontrar caminos que nos conduzcan a evitar la fatalidad de ese conflicto es necesario acudir a conceptos más “débiles” en el sentido que los entiende Vattimo, más blandos, que permitan en quienes los hacen suyos inspiraciones y convicciones muy distintas entre sí.

En vez de una identidad cultural cerrada, que puede ser fruto más de una construcción que de la tradición resulta preferible una identidad cultural abierta a la contaminación del otro, capaz de conservar tradiciones, costumbres y valores pero también de perderlas, o transformarlas. No siempre es malo perder tradiciones, no veo que pueda tener de positivo la subordinación de la mujer y la existencia de las castas.

Las identidades culturales abiertas, aquellas capaces de aceptar el mestizaje pueden no sólo convivir sino conformar y enriquecer un universalismo histórico y cambiante.

Una identidad así concebida debe reconocer la pertenencia múltiple y no univoca del individuo, aquella que nos señala Amartya Sen “Existe una gran cantidad de categorías a las cuales pertenecemos simultáneamente. Yo puedo ser al mismo tiempo asiático, ciudadano de la India, bengalí con ancestros en Bangla Desh, residente en los Estados Unidos y Gran Bretaña economista, filósofo en mis ratos libres, escritor, conocedor del sánscrito, laico, heterosexual y defensor de los gays y las lesbianas, con un estilo de vida no religiosa, de familia hinduista no Braham, que no cree en la vida después de la muerte y tampoco en caso que quieran saberlo, en una vida antes de la vida”[2]2.

Pasando a una dimensión más particular y concreta, resultan curiosos algunos aspectos identitarios que parecen no tener la pureza de origen que a veces uno cree.

El sociólogo inglés Sami Zubaida ha demostrado que los restaurantes indios son una invención de los bengalíes que llegaron a vivir a Londres, al igual que los platos que son los embajadores gastronómicos de la comida india. En el marco de la globalización tales restaurantes han sido exportados a la India, lo que ha estimulado a los hogares indios a cocinar su comida de acuerdo a las invenciones londinenses.

Hoy se puede probar comida india incluso en India, lo que confirma lo mucho que tiene de mito la pureza de los orígenes.

La contraparte de esta identidad abierta se encuentra en una nueva aproximación del universalismo, que parte por decirlo así más desde abajo que desde arriba aun cuando sin perder su derivación fundamental del pensamiento kantiano.

El sociólogo alemán Ulrich Beck, rescató con audacia el concepto de cosmopolitismo usándolo siguiendo a Kant como sinónimo de universalismo para proponer un proceso de cosmopolitización capaz de asumir la diversidad histórica, buscando el “melange” de lo local, lo provincial, lo nacional lo étnico y lo religioso señalando “que la cosmopolitización sin provincialismo queda vacía y que el provincialismo sin cosmopolitización queda ciego”[3].

Se trata entonces de un universalismo histórico, que se modifica en el tiempo, compuesto, que se aleja de un universalismo abstracto.

En base a estas dos visiones de identidad y universalismo, puede construirse como base de una referencia universal el concepto que he llamado “acumulación civilizatoria”.

Entiendo por tal un conjunto de prácticas y valores reconocidos progresiva y transitoriamente como compartidas y compartibles no porque respondan a la superioridad de una matriz cultural sino porque la práctica histórica muestra que contribuyen a una convivencia pacífica, a relaciones más horizontales y justas, donde se respetan las singularidades de los grupos pero a partir del respeto a la autonomía individual y de dignidad indepasable de las personas.

Sin duda que ello puede aparecer algo ingenuo frente al mundo del poder y de los intereses económicos que son decisivos en la estructuración de los asuntos globales.

Pero yo no pretendo que este concepto reemplace la dureza del mundo de los intereses económicos y políticos, eso continuará siendo así, esos intereses serán siempre determinantes, pero un concepto de este tipo puede al menos contribuir, a “dulcificar las costumbres” como señalaba Montesquieu respecto al comercio, ayudar a descorrer los velos de nobleza con los que la rudeza política y económica cubren sus acciones, aislar a los pensamientos fanáticos portadores de verdades indiscutibles.

Quisiera señalar que nuestra región, América Latina tendría mucho que ganar con una concepción de este tipo como marca de la convivencia global.

Nuestra historia no es ajena, ni mucho menos a dominaciones étnicas crueles, la negación del otro las discriminaciones, la esclavitud extendida y larga en el tiempo, pero al mismo tiempo poseemos quizás como nadie un fuerte mestizaje, un valioso sincretismo cultural, la ventaja histórica de independencias tempranas y la creación de Estados laicos en los cuales si bien subsistieron los patrimonialismo particularistas tuvieron un temprano reconocimiento las ideas universalistas de la ilustración. Carecemos por completo de versiones guerreras de la religión ya desde hace muchos años, más bien la religión es actualmente un factor de paz.

Nuestra histórica fragilidad democrática nos ha hecho tomarnos muy en serio, por otra parte, el tema de los derechos humanos.

En los últimos decenios de manera no lineal, pero importante América Latina ha hecho un aprendizaje formidable de las bondades de la solución pacifica de los conflictos.

Esos elementos que pueden ser una contribución regional a una cosmopolitización diversificada y pacífica, se deben cuidar como un bien precioso. Esta reflexión vale plenamente para nuestro Chile de hoy, para su vida interna y para su inserción y rol internacional.

Hace ya algunos años el inolvidable escritor mexicano Carlos Fuentes dio una conferencia en la Moneda y ante una pregunta cargada de identitarismo cerrado respondió: “La globalización es como Jano, la divinidad romana que tiene una cara buena y una cara mala”.

“Una cara mala es la cantidad de basura informativa que se nos arroja. Pero eso pone a prueba nuestra resistencia cultural. Ella no depende del aislamiento, no depende de decir “yo soy puro mexicano no tengo nada de indio ni de español”. No quiere decir eso. Quiere decir que estamos abiertos a la multitud de culturas que nos han formado, trátese de la filosofía griega, del Renacimiento, de las culturas indígenas, de las culturas africanas, de todo lo que ha hecho la cultura de la América indo afro – europea”.

“Yo no tengo miedo porque sé que sabemos separar la basura de los buenos contenidos. Pertenezco a una generación de escritores latinoamericanos que no habríamos escrito nada sin William Faulkner sin John Dos Passos. ¿Cómo vamos a negar la enorme potencia cultural de la música de Gershwin, del buen cine de Hollywood, del teatro de Europa, de Eugene O´neill o de Arthur Miller? ¿Vamos a negar todo eso en nombre de nuestra pureza cultural latinoamericana, de nuestra virginidad cultural? No”.

“Y llevado por el entusiasmo, concluyó con un arranque, es cierto, muy poco académico, y quizás más mexicano que cosmopolita exclamando a voz en cuello “Las vírgenes a los burdeles, nosotros a la calle”.

Las palabras de Fuentes sintetizan el espíritu de esta propuesta.

Ella refleja una ambición modesta y no solo parece, lo es.

Tiene como objetivo principal ayudar a la reflexión en torno a cómo evitar lo peor y en lo posible cambiar las tendencias actuales para mejor. Quizás su utilidad pueda consistir al final del día en darle sentido a la aspiración de esa enorme mayoría de personas que desean vivir y progresar en paz, independientemente del espacio cultural en el que estén insertos; vale decir, a aquellos que siendo muy diferentes entre sí tienen sin embargo algo en común: una sensatez compartida.

Ni más ni menos.

[1] Ernesto Ottone “Civilización o Barbarie” “ensayo sobre la convivencia global”. Fondo de Cultura Económica. Santiago de Chile 2017.

[2] Sen, Amartya, “Ydentitá e Violenza”, La Terza Bori 2008.

[3] Beck Ulrich “Cosmopolitan Visión” Polity Press Cambridge 2006.

Ernesto Ottone F.

Sociólogo, Profesor de la Cátedra de “Globalización y Democracia”, UDP. Fundador del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso y ex Director del mismo.

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Comments

  1. Juan Paulo Roldán Gómez : Noviembre 14, 2017 at 3:53 pm

    Muy valiosa la reflexión del profesor Ottone. La cultura como muchas otras cosas en la vida tiene elementos de continuidad y cambio. En el contexto de la globalización actual y con las mejoras en el transporte estamos (y seguiremos estando) expuestos al contacto con personas que vienen de diversas culturas. Esto, sin lugar a dudas contribuye a dar una mayor riqueza a la humanidad y representa un aprendizaje para entender mejor nuestra identidad. La identidad se construye con la alteridad (es decir en contacto con otro diferente). Es lamentable que en nuestro país a veces se trate mal a algunos inmigrantes, siendo que parte de nuestra identidad y cultura se ha construido en base al aporte de los inmigrantes. En el caso de Valparaíso, por ejemplo, grandes adelantos técnicos fueron posible gracias a los extranjeros o descendientes de otros países. Los primeros bancos, el tranvía, los ascensores, el puerto, el ferrocarril, el gas, el cable submarino, entre otros adelantos fueron posibles gracias a ellos. Lo mismo es apreciable en el comercio y en el nacimiento de los primeros establecimientos educacionales, entre otros aspectos.

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