Agustín Squella – Sigamos hablando de Liberalismo

“lo que predomina hoy en la discusión pública y académica es el debate al interior del propio liberalismo, o sea, la confrontación entre los varios troncos liberales. Felizmente caídos los llamados  socialismos reales (que no fueron otra cosa que dictaduras comunistas), con un socialismo democrático a la baja, con una socialcristianismo aún más a la baja, y con una socialdemocracia muchas veces diluida en un blando y amorfo progresismo, cuando no rendida ante los criterios y prácticas neoliberales, lo único interesante parece ser aquella discusión que se da hoy al interior del liberalismo. Una discusión interna que va ganando el neoliberalismo, si no en la academia, al menos en la actividad política de gobiernos y parlamentos”.

Desde hace ya algunos meses que  en distintos medios se viene produciendo un interesante debate sobre el liberalismo. Incluso durante el pasado febrero, cuanto todos teníamos la cabeza puesta en otras cosas, la sección Cartas al  Director de El Mercurio de Santiago registró un nutrido intercambio de opiniones a tal respecto. El Centro de Estudios Públicos, en abril en este año, realizó una jornada sobre el tema, y Crisóstomo Pizarro acaba de publicar su columna “Hablemos sobre el liberalismo”. Pues bien, sigamos entonces hablando de  liberalismo, para dejar en claro, cuando menos, que lo que hay no es liberalismo, sino liberalismos, así, en plural, puesto que se trata de una doctrina que tiene un núcleo básico y común de planteamientos de la que han surgido diferentes versiones teóricas  y distintas aplicaciones prácticas.

Se podría decir, en consecuencia, que el liberalismo es un tronco con varias ramas, aunque yo prefiero afirmar que se trata de una raíz de la que han emergido varios troncos. En el mundo vegetal –y esto es bastante común en el eucaliptus- es frecuente que de una misma raíz, bajo tierra, se desprendan varios brotes basales –dos ,tres, cuatro, cinco-, siempre bajo tierra, que si no son eliminados originan un tronco distinto cada uno de ellos. Esto es, según creo, lo que pasa con el liberalismo, de manera que si alguien se declara liberal es porque comparte la raíz del liberalismo, si bien tendría que aclarar, acto seguido, a cuál de los troncos pertenece o se adscribe.

Todos liberalismos, no  son idénticos el liberalismo clásico de Adam Smith, el liberalismo social de John Stuart Mill, el liberalismo con tintes socialdemócratas de John Maynar Keynes, el liberalismo igualitario de Ronald Dworkin y John Rawls, el liberalismo republicano de Jurgen Habermas, el liberalismo como simple modus vivendi de John Gray, y el liberalsocialismo de Norberto Bobbio. Del mismo modo, ninguna de esos liberalismos es igual al neoliberalismo, otro tronco de la fecunda raíz liberal, por lo demás bastante exitoso en nuestros días. Lo raro, sin embargo, es que los partidarios del neoliberalismo nieguen la existencia de este y repitan sin mayor reflexión y con total inexactitud  lo que Mario Vargas Llosa pregonó en su más reciente visita a Chile. Lo que dijo el escritor peruano fue que el neoliberalismo es solo una mala palabra con la que se pretende desprestigiar a las ideas liberales en general, algo así como un arma arrojadiza que se lanza en presencia de cualquier liberal.

En efecto, “neoliberalismo” es un término que se emplea a veces como un epíteto, como una expresión peyorativa y descalificadora, incluso como una palabra con la que suele protestarse contra cualquier cosa que no nos guste de las sociedades en que vivimos actualmente, pero ese empleo de la palabra no puede ocultar el hecho de que el neoliberalismo tenga una fecha y lugar de nacimiento bien precisos (Suiza, 1947, fundación de la Sociedad Mont Pelerin y, poco antes, en 1937, en París, el Coloquio Walter Lippmann) importantes e influyentes autores (Von Mises, Hayeck, Friedman, Gary Becker), corporaciones y fundaciones que a lo largo y ancho del planeta difunden sus ideas (en Chile por lo menos 2), y no pocos gobiernos que encarnaron  esas mismas ideas, algunos de ellos emblemáticos, como los de Margareth Thatcher y Ronald Reagan y otros no tanto, como los de Tony Blair y Bill Clinton. Hasta una coalición de centro izquierda como la Concertación de Partidos por la Democracia aplicó (o continuó aplicando) algunas prácticas neoliberales, aunque compensadas o atenuadas por importantes  políticas sociales, de manera que tratándose del neoliberalismo ocurre lo mismo que con el liberalismo: lo que hay son neoliberalismos y no neoliberalismo, unos más radicales, otros más blandos. Lo que cuenta, en todo caso, no es tanto la cantidad de prácticas neoliberales que aplica un gobierno, sino los criterios neoliberales que están detrás de esas prácticas, o sea, se trata de algo antes cualitativo que cuantitativo. El neoliberalismo es también una manera de pensar la sociedad y un criterio para manejar los  problemas  que plantea la vida en común.

Así de complicadas pueden ser las cosas –liberalismos y no liberalismo; neoliberalismos y no neoliberalismo- , y nada peor puede hacerse, al menos en el terreno de las ideas, que ocultar u ocultarnos esa habitual complejidad. El liberalismo, una raíz de la que han emergido distintos troncos, hace luego posible que de uno de esos troncos –el tronco neoliberal- se desprendas diferentes ramas.

Si el liberalismo es una doctrina política (limitación del Estado en nombre de derechos de los individuos que tienen que ver, preferentemente, con sus libertades de conciencia, pensamiento, expresión, prensa, movimiento, reunión, asociación y emprendimiento de actividades de cualquier tipo, incluidas las de carácter económico); una doctrina ética (autonomía de los individuos para adoptar una idea del bien en cuanto a su moral personal y autonomía, asimismo, para forjar ideales colectivos acerca del  mejor tipo de sociedad que podría existir, admitiendo que tales ideales no serán coincidentes, sino rivales, y que deben coexistir pacíficamente unos con otros); y, en fin, una doctrina económica (no solo libertad de emprender actividades económicas lícitas, sino de hacerlo en beneficio  exclusivo de quienes las acometen, con la idea de que el derecho de propiedad forma parte de los derechos fundamentales de la persona humana), el neoliberalismo se caracteriza por enfatizar el aspecto económico de la doctrina liberal, llevándolo incluso al extremo de considerar que no somos más que homo economicus, es decir, seres que no tenemos más  inclinación que aquella que prefiere siempre los intereses propios y busca por tanto maximizar el beneficio personal, con el efecto de que todo otro sentimiento humano –simpatía, altruismo, solidaridad- serían objetos añadidos a la naturaleza humana de manera artificial. Así, los vínculos sociales de los individuos serían su “capital social” y la educación recibida su “capital cultural”, mientras que los departamentos de personal de las antiguas empresas se transforman   ahora en departamentos  de “recursos humanos”, una manera de nombrar que recuerda el decir irónico de Marx: “la sustancia de los ojos es el capital de la vista”. Esa terminología no es banal y tampoco lo es la muy extendida aceptación que ella tiene. Prácticamente todas las actividades humanas pueden entenderse en clave económica, de manera que la racionalidad  económica se aplica a todas las actividades y acciones de hombres y de mujeres, con el consiguiente elevamiento de la economía –ahora como saber- al sitial de  conocimiento superior, como la gran ciencia cuyo lenguaje y categorías de análisis permiten comprender y describir no solo los fenómenos estrictamente económicos, sino todos ellos, incluido el arte, la religión, la familia, el derecho y la propia mente humana, desplazando fuera del campo científico a la antropología, la sociología, la psicología, la teoría del arte, la filosofía política, el estudio de las religiones, todos los cuales vendrían a ser solo aproximaciones impresionistas, anecdóticas, escasamente objetivas y hasta engañosas que no pueden reclamar un lugar en el cuadro de honor de la ciencia y ni siquiera tener un puesto relevante en la mesa en que se discuten las políticas económicas y sociales.

Ese énfasis tan marcado en el aspecto económico del liberalismo, tan marcado como para llegar a desfigurar ese aspecto de la doctrina liberal, es lo que explica que muchos neoliberales miren con frialdad  la dimensión política del liberalismo y muestren abierta simpatía por regímenes dictatoriales o autoritarios que aceptan y aplican las recetas económicas del neoliberalismo. En esto podría decirse que el neoliberalismo traiciona  incluso su raíz liberal al preferir la propiedad sobre la libertad. No es raro, en consecuencia, lo que Hayek dijo a un senador republicano en medio de una reunión celebrada en Nueva York el año 1945: “Caballeros, si hubieran entendido lo más mínimo mi filosofía, sabrían que lo único que defiendo por encima de todo es el libre comercio en el mundo”. Aquí las palabras vuelven a tener importancia: dice lo “único” y dice también “por encima de todo”.

Podría hacerse una caracterización más completa del neoliberalismo (Estado mínimo,  justo el necesario para asegurar la existencia de los mercados; el mercado como expresión máxima de la libertad de los individuos; comprensión de la democracia como mercado, asimilando ciudadanos a consumidores; desprecio por la legislación colectiva del mundo del trabajo y consiguiente hostilidad hacia  los sindicatos, la negociación colectiva y el derecho a huelga efectiva; negación de los derechos sociales como una clase o generación de los derechos fundamentales), pero no hay aquí más espacio para ello.

Por último, y volviendo a los varios liberalismos que mencionamos en su momento, lo que predomina hoy en la discusión pública y académica es el debate al interior del propio liberalismo, o sea, la confrontación entre los varios troncos liberales. Felizmente caídos los llamados  socialismos reales (que no fueron otra cosa que dictaduras comunistas), con un socialismo democrático a la baja, con una socialcristianismo aún más a la baja, y con una socialdemocracia muchas veces diluida en un blando y amorfo progresismo, cuando no rendida ante los criterios y prácticas neoliberales, lo único interesante parece ser aquella discusión que se da hoy al interior del liberalismo. Una discusión interna que va ganando el neoliberalismo, si no en la academia, al menos en la actividad política de gobiernos y parlamentos.

Agustín Squella N.

Profesor de la Universidad de Valparaíso. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.

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