Agustín Squella – Una conversación sobre palabras en Puerto de Ideas

¿Cuántas deudas tenemos todavía con la libertad, con la igualdad, con la fraternidad, esta última, clamaba Octavio Paz, “la gran ausente de las sociedades capitalistas contemporáneas”, una denuncia que cada vez que cito hace que mis amigos que comparten las ideas de derecha del poeta y ensayista mexicano me pregunten si realmente dijo algo como lo que acabo de poner entre comillas?

Con Cristian Warnken y parte del público de la reciente versión de Puerto de Ideas (noviembre de 2018) conversamos acerca de libertad, igualdad y fraternidad, tres palabras que se relacionan con nuestros mejores ideales políticos y morales. Alguien podría preguntar cómo estos señores se ocupan de asuntos tan abstractos, aunque lo cierto es que no hay nadie a quien no interesen la libertad, la igualdad y la fraternidad, por mucho que la práctica a que alude la tercera de esas palabras se presente a menudo bajo otro término –solidaridad-, y por mucho que el valor de la igualdad lo haga habitualmente solo como lucha contra la desigualdad.

Esas tres palabras inauguraron la modernidad y establecieron un itinerario político y moral de gran aliento que no se ha cumplido del todo. ¿Cuántas deudas tenemos todavía con la libertad, con la igualdad, con la fraternidad, esta última, clamaba Octavio Paz, “la gran ausente de las sociedades capitalistas contemporáneas”, una denuncia que cada vez que cito hace que mis amigos que comparten las ideas de derecha del poeta y ensayista mexicano me pregunten si realmente dijo algo como lo que acabo de poner entre comillas? Además, no faltan quienes confunden fraternidad con caridad y consideran que se trataría de algo privado que debe ser dejado en manos de personas de buen corazón (o sea, bingos) y no de políticas adoptadas por el Estado.

En cuanto a la segunda de tales palabras –igualdad-, se suele recelar de ella, porque, se dice, conspiraría contra la diversidad de nuestras sociedades abiertas. Pero esto es un error, o acaso una jugada de mala fe. Igualdad no se opone a diversidad, sino a desigualdad, de manera que el ideal igualitario no tiene por finalidad barrer con la diversidad. La finalidad que tiene es acabar con las desigualdades, no todas, desde luego, sino aquellas que resultan intolerables para el estado civilizatorio que hemos alcanzado. ¿Cómo no defender que todos somos iguales en dignidad y que tenemos derecho a ser tratados con pareja consideración y respeto? ¿Cómo no proclamar que todos, sin excepción, somos titulares de unos derechos fundamentales que se llaman “derechos humanos”? ¿Cómo negar que todos tenemos una igual capacidad para adquirir y ejercer otro tipo de derechos? ¿Cómo no celebrar que los derechos políticos a elegir y ser elegidos para cargos de representación y a participar en elecciones sean de toda la población adulta y que el voto de cada cual cuente por uno? ¿Cómo no apoyar un tipo de sociedad en que todos tengan acceso a bienes básicos de salud, educación, vivienda y previsión, sin los cuales no hay posibilidad de llevar una vida digna y autónoma?

En cuanto a la libertad, parece tenerlas todas consigo. A diferencia de las otras dos palabras, nadie recela de ella, pero a veces se la reduce a su dimensión negativa, a una carta de triunfo que oponer a la acción del Estado cada vez que este pretende interferir con nuestras decisiones, olvidando que ella tiene también un aspecto positivo, consistente en que cada individuo, y no otros por él, está llamado a decidir qué es una vida buena y qué es preciso hacer para realizarla. Libertad entonces como autonomía moral de sujetos que en algún momento alcanzan la madurez para pensar por sí mismos, para no dejarse guiar por ningún tipo de tutor, para dejar de beber la lecha materna, para preguntarse si no habrán sido formados en la tribu equivocada, y libertad positiva, asimismo, para auto determinarse en la vida política. También es frecuente que la libertad se limite a la de carácter económico, a la facultad para emprender cualquier actividad de ese tipo en beneficio propio, o que esta libertad se postule como la más importante de todas, relegando otras a un lugar inexistente o secundario. ¿No ocurrió eso con nuestra dictadura, partidaria acérrima de la libertad económica, mas no de las de pensamiento, expresión, movimiento, prensa, reunión y asociación?

En fin, la libertad se sacrifica también al orden (otra vez la dictadura), ese orden que todos queremos, pero en cuyo nombre no se deben introducir restricciones abusivas a la libertad individual.

No necesito consultar con Cristián para decir que no perdimos el tiempo en Valparaíso.

Agustín Squella N.

Profesor de la Universidad de Valparaíso. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.

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Comments

  1. Luciano RODRIGO : Enero 17, 2019 at 5:28 pm

    Excelente artículo de Agustín Squella. Sin duda. Solo me pregunto cuántos lo han leído, que reflexión suscita en un país que renunció a pensar, que reacción provoca en quiénes tienen mandato y autoridad para interesarse y actuar en los asuntos de interés común. Igual vale, por cierto, que el papel exista y que la posibilidad de que algunos lo lean y reaccionen, esté allí. Gracias Agustín y gracias a quienes lo publican.
    Saludos

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