La Doctrina Monroe y el “corolario Rubio”

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Por Gilberto Aranda / 28 de Noviembre de 2025

Gilberto Aranda

Socio del Foro Valparaíso. Profesor Titular del Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile.

Se confirma el “narcoterrorismo” como prioridad hemisférica de Washington, que retoma un concepto de fines del siglo pasado, enraizado en la experiencia de lucha contra cárteles de droga colombianos asociados a guerrillas insurgentes.

En la historia de las relaciones internacionales las doctrinas constituyen principios guías que orientan la política exterior de un país o un conjunto de éstos. En América Latina son ejemplos clásicos las doctrinas Calvo (1868) que entiende que los extranjeros residentes, si padecen algún perjuicio en el país de acogida deberían recurrir a los tribunales de dicho estado, para evitar toda intervención de un jurado o uso de la fuerza externa; la doctrina Drago (1902) que rechaza que un estado acreedor use la violencia (guerra, ocupación militar o bombardeo) para obligar a un estado deudor en caso de insolvencia, o la doctrina Estrada (1930) que rechaza la práctica del reconocimiento de gobiernos por motivos políticos, considerando no hacer calificación sobre la legitimidad de los gobiernos de facto, entre estados reconocidos previamente.

En Estados Unidos varias han sido las doctrinas que han orientado su política exterior, como la Truman (1947) al principio de la Guerra Fría que situó a Estados Unidos de “defensor del mundo libre”, aunque pocas son tan influyentes como la doctrina Monroe, formulada en 1823 con la contundente frase “América para los americanos”.

Durante la administración Trump I se dijo había una ausencia de doctrina coherente de política exterior, que facilitara respuestas ante los desafíos al sistema internacional, dado el valor que concedía el mandatario a una impredecibilidad como factor de éxito, al punto de hablarse de anti-doctrina (Tovar Ruíz, 2017).

Acercándose a su primer año la administración Trump ha aplicado un conjunto de políticas que permite visualizar una incipiente doctrina, coloquialmente bautizada como “Donroe”, una combinación del nombre del mandatario y su antecesor James Monroe, aunque se trata tal vez de una nueva interpretación como aquella del secretario de estado James Olney que en 1895 estiró la doctrina Monroe colocando a Estados Unidos de mediador en toda disputa fronteriza en el hemisferio occidental.

Aseguró en ese entonces «Hoy en día, Estados Unidos es prácticamente soberano en este continente y su decisión es ley sobre los sujetos a los que limita su intervención”. Más tarde, en 1904 el Presidente Theodore Roosevelt fue más lejos y reclamó el derecho de Estados Unidos a intervenir en los asuntos internos de la región hemisférica para evitar que potencias europeas intervinieran militarmente exigiendo pago de compromisos, asignándose a su país el papel de “policía internacional”.

La nueva interpretación o corolario quedó clara durante una reunión de ministros de exteriores del G 7 en la localidad canadiense de Niagara-on-the-Lake cuando el secretario de Estado de Washington, Marco Rubio, aseveró que las fuerzas militares de su país tenían el derecho a operar en “su hemisferio” y que Europa no era quien para determinar la legalidad de las operaciones contra las lanchas en el Caribe supuestamente cargadas con drogas.

Más tarde, el Jefe del Pentágono, Pete Hegseth, anunció en X que el Presidente Trump había ordenado iniciar la operación “Lanza del Sur”, cuya misión era “defender nuestra patria, expulsar a los narcoterroristas de nuestro hemisferio y proteger nuestra patria de las drogas que están matando a nuestra gente. El hemisferio occidental es la vecindad de Estados Unidos, y la protegeremos”. Así se formalizó la campaña de ataques de las fuerzas armadas estadounidenses contra supuestas narcolanchas en el Caribe y el Pacífico Oriental, pareciendo superar la temprana definición de “conflicto armado no internacional” con la que la justificó originalmente.

Se confirma el “narcoterrorismo” como prioridad hemisférica de Washington, que retoma un concepto de fines del siglo pasado -enraizado en la experiencia de lucha contra cárteles de droga colombianos asociados a guerrillas insurgentes-, que entendió la utilización del tráfico de drogas como estrategia para impulsar los objetivos de gobiernos antiestadounidenses del tipo Cuba, Bulgaria o Nicaragua (Ehrenfeld, 1990).

Esta doctrina “Donroe” sugiere respaldo a los líderes pro Washington en la región, premiándolos a través de acuerdos comerciales que mitiguen los efectos de las alzas arancelarias generalizadas (a Argentina, Guatemala, El Salvador y Ecuador) y prometiendo castigo a toda acción narco y antiestadounidense en las Américas, por lo que no es peregrino pensar que, después de la presión militar sobre Venezuela, siga Cuba en la lista del “corolario Rubio”.

Se relativiza la imprevisibilidad trumpista, abriendo terreno para que los estados decidan entre aquiescencia, acomodo o confrontación, aunque no será fácil para cualquier tipo de autonomía.

Fuente: Clarín

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