La Teoría del Mundo Multipolar de Aleksandr Dugin y el riesgo de confundir diagnóstico con ideología: ¿qué significa realmente “multipolaridad” para Chile y América Latina?

121 lecturas

Por Pablo Caro / 22 de Diciembre de 2025

Pablo Caro

Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Estudiante del Programa de Magíster en Relaciones Internacionales, Escuela de Gobierno-CEAL, PUCV.

Chile no debe elegir entre universalismos abstractos y civilizacionalismos rígidos. Su desafío es pensar la multipolaridad desde su propia experiencia, desde su posición de potencia media con vocación cooperativa, desde su relación con América Latina, el Pacífico y el sistema multilateral. La tarea no es replicar teleologías externas, sino construir una lectura autónoma del orden global: una que combine realismo, pragmatismo y una comprensión profunda de las transformaciones en curso.

En el lenguaje político latinoamericano, la multipolaridad se ha convertido en una noción recurrente y ampliamente utilizada. Se la invoca para describir el declive del orden liberal, para fundamentar la diversificación de alianzas o incluso para legitimar virajes estratégicos profundos. Sin embargo, pocas veces se examina qué significa y, sobre todo, quién está definiendo el concepto. El libro Teoría del Mundo Multipolar de Aleksandr Dugin —recientemente editado en Chile— ofrece una oportunidad para abrir este debate. Su influencia en ciertos círculos intelectuales y políticos de Eurasia es innegable; su estructura doctrinaria, también. Pero si algo revela su lectura es la urgencia de distinguir entre análisis y agenda ideológica, particularmente para países como Chile, cuya inserción internacional depende de la estabilidad institucional, la previsibilidad jurídica y la prudencia estratégica.

Dugin sostiene que el mundo unipolar nacido tras la Guerra Fría está en declive, y que la humanidad transita hacia un orden multipolar caracterizado por la emergencia de polos civilizatorios alternativos a Occidente. Su narrativa parte de una crítica sistemática a la hegemonía liberal surgida después de 1991, la cual —según él— habría instaurado una “globalización” que universaliza el modelo capitalista-democrático occidental[1]. En este punto, su diagnóstico coincide parcialmente con visiones críticas dentro y fuera del mainstream académico. El problema es que Dugin transforma esa crítica en un programa filosófico-político que redefine la multipolaridad no como una distribución de poder entre Estados, sino como una confrontación metafísica entre “civilizaciones”, cada una dotada de un principio cultural e histórico ordenador propio, al que denomina Logos.

Del Estado a la “ecúmene”: el corazón civilizatorio de la TMM

A diferencia del realismo clásico —que concibe la multipolaridad como el equilibrio entre grandes potencias— Dugin propone un marco donde los polos no son Estados, sino “espacios civilizatorios” dotados de identidad espiritual y cultural propia[2]. En su introducción a la edición chilena, afirma que América Latina, Rusia, China, India y el mundo islámico deberían consolidarse como grandes espacios autónomos, cada uno con instituciones, valores y trayectorias diferenciadas[3]. Así, la política internacional deja de ser terreno de intereses y capacidades para convertirse en un campo de disputa ontológica, donde la universalidad liberal sería reemplazada por una pluralidad de bloques inconmensurables.

Este giro no es menor. Desde su origen, el sistema internacional moderno descansa en la idea de Estados soberanos (Westfalia). Dugin —de forma explícita— rechaza este fundamento: sostiene que la multipolaridad “no coincide” con la igualdad jurídica entre Estados[4], pues sólo unidades civilizatorias de gran escala tendrían la capacidad real de resistir a la hegemonía estadounidense. La consecuencia es clara: la soberanía de los Estados medianos y pequeños —como Chile— queda subordinada al destino de macrobloques que deberían absorberlos o redefinirlos.

América Latina como “Gran Espacio”: ¿ambición geopolítica o proyección externa?

La propuesta de Dugin para América Latina es tan sugerente como problemática. Afirma que la región posee los “recursos suficientes” para consolidarse como un polo independiente, pero advierte que ello sólo será posible si se logra:

  1. La definición de un principio cultural latinoamericano diferenciado (Logos propio);
  2. La culminación de un proceso de integración continental inconcluso desde las independencias;
  3. La construcción de instituciones comunes capaces de articular un bloque histórico cohesionado[5].

Estas ideas dialogan con debates históricos sobre identidad regional, autonomía y cooperación. Sin embargo, en su formulación duginiana no son conceptualmente neutras. Funcionan como parte de una estrategia intelectual orientada a debilitar la hegemonía occidental y a promover un reordenamiento global favorable a los intereses euroasiáticos. Aunque Dugin afirma que Rusia no busca imponer su ideología, sí reconoce explícitamente que su objetivo es fortalecer la multipolaridad como estructura alternativa al orden liberal.

Este punto exige cautela. Si bien es legítimo y necesario que América Latina amplíe su autonomía estratégica, no es evidente que deba hacerlo desde la cartografía geopolítica de un pensador ruso cuya visión del orden mundial responde a prioridades ajenas a las realidades políticas, económicas y sociales de la región. Tampoco es claro que la idea de una unidad civilizatoria latinoamericana —homogénea, integrada, con un solo centro decisional— refleje la diversidad interna del continente ni sus experiencias históricas de fragmentación, competencia y pluralismo.

Multipolaridad como ideología: riesgos para el debate chileno

Chile ha comenzado a adaptarse a un entorno global más competitivo, diversificando vínculos con el Indo-Pacífico, reforzando su relación con Estados Unidos y gestionando tensiones derivadas del ascenso de China. En este escenario, la noción de multipolaridad puede ser una herramienta analítica útil para comprender la redistribución del poder global. El problema surge cuando el concepto se emplea de manera ideologizada, como propone la TMM, para justificar antagonismos civilizatorios o adscripciones geopolíticas excluyentes.

Desde la perspectiva de Dugin, los países medianos solo pueden aspirar a la soberanía efectiva si se integran a un polo mayor capaz de contrarrestar a Occidente. Sin embargo, para Chile —una economía abierta, altamente interdependiente y cuya política exterior se orienta a la preservación de la estabilidad institucional, la previsibilidad regulatoria, la inserción comercial diversificada y la gobernanza multilateral— esta lectura no solo es impracticable: es contraproducente.

La política exterior chilena —sea con matices progresistas o liberales— se ha construido sobre la premisa de la autonomía mediante la diversificación, no la subordinación a macroproyectos civilizatorios ajenos. Además, la TMM desestima la importancia de instituciones con las que Chile ha logrado influencia y estabilidad (ONU, OMC, APEC), reduciéndolas a simples mecanismos de hegemonía occidental[6].

La consecuencia de adoptar sin crítica la lectura duginiana sería doble:

  • se distorsionaría la comprensión del sistema internacional, desplazando categorías útiles (poder, intereses, capacidades, alianzas) por nociones esencialistas;
  • se limitaría el margen de maniobra de Chile, forzándolo a posicionarse en lógicas binaristas que lo alejan de su tradición diplomática y de sus necesidades estructurales.

Conclusión: pensar la multipolaridad desde Chile, no desde Moscú

Leer a Dugin es un ejercicio útil, no porque ofrezca un mapa del mundo aplicable a nuestra realidad, sino porque revela cómo ciertos actores buscan construir marcos ideológicos para orientar la competencia global. En un mundo efectivamente más diverso y menos jerárquico que el de los años noventa, es razonable discutir nuevas formas de orden. Pero ello exige rigor conceptual, claridad estratégica y defensa de los intereses nacionales.

Chile no debe elegir entre universalismos abstractos y civilizacionalismos rígidos. Su desafío es pensar la multipolaridad desde su propia experiencia, desde su posición de potencia media con vocación cooperativa, desde su relación con América Latina, el Pacífico y el sistema multilateral. La tarea no es replicar teleologías externas, sino construir una lectura autónoma del orden global: una que combine realismo, pragmatismo y una comprensión profunda de las transformaciones en curso.


[1] Dugin, A. (2021). Teoría del mundo multipolar: Alternativa geopolítica al imperialismo globalista (Introducción a la edición chilena). Santiago, Chile: Ignacio Carrera Pinto Ediciones. pp. 9-11

[2] Ibid., pp. 29-32

[3] Ibid., pp. 11-13

[4] Ibid., pp. 29-31

[5] Ibid., p. 11

[6] Ibid., pp. 44-46

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Desplazamiento al inicio