“Los antivacunas”: una paradoja francesa

“el proceso de vacunación sigue a cuenta gotas, como si el gobierno francés, más allá de lentitud propia de países altamente burocratizados, compartiera los mismos temores que sus ciudadanos”.

Andrés Aguirre M.
Periodista y editor,
Magister en Política y Gobierno (Flacso).

Según un estudio de la Ipsos Global Advisor Francia es el país más reticente a la vacunación: sólo 4 de 10 personas está dispuesto a vacunarse (el gobierno lo sabe y ha actuado en consecuencia para no intimidar a los ciudadanos y electores). Aunque este estudio es de finales de diciembre del 2020, el panorama no ha cambiado mucho en estos tres meses: la vacunación avanza con una lentitud espeluznante. Solo 6,2 millones de los 66,9 millones de franceses han recibido una dosis de la vacuna, es decir un 9,2 % de la población total, mientras que solo un 3,7% ha recibido las dos.

A pesar de que hace unos días, algo así como un rayo de luz divino -podríamos pensar en una epifanía- cayó sobre la figura siempre rígida de Emmanuel Macron que, con 4,7 millones de contagios acumulados desde el principio de la pandemia, 93 mil muertes y más de 30 mil casos diarios (ouerdata.org), anunció un plan de inoculación olímpico en el que prometió vacunar “mañana, mediodía y noche”. Para lograrlo –dijo- el país abrirá 35 grandes centros de vacunación –“vacunódromos”- junto al ejército y a los bomberos.

Dados estos antecedentes nos podríamos preguntar lo siguiente: más allá del “Principio de precaución” aplicado por la Unión Europea, ¿por qué el país de Luis Pasteur, impulsor de la vacuna, es tan reticente a este proceso? Y más aún, ¿por qué la patria de Descartes, la nación de la enciclopedia y de la de la Ilustración, la tierra donde con orgullo se ha hecho prevalecer la razón por sobre la fe o cualquier tipo de creencia, es un larvario tan importante de todo tipo de complotistas y teóricos de la conspiración?

Francoise Salvadori, viróloga y doctora de la Universidad Paris 5- Descartes, y coautora del libro: “Antivacunas. La resistencia a las vacunas desde el siglo XVIII a nuestros días”, en una reciente entrevista a la revista francesa Télérama, da algunas respuestas interesantes desde el ámbito de la ciencia y la política: “Es necesario entender que la desconfianza de los franceses no se da solo con respecto a la vacunación, esta es general y se traduce en las urnas. “Los antivacunas”, los más convencidos, se sitúan generalmente en los extremos del arco político: son de Marine Le Pen, Nicolas Dupont-Aignan, Jean-Luc Mélenchon o François Asselineau. Ellos trasladan a la vacunación una protesta hacia lo que llaman el sistema, y ven esta inyección como un brazo armado del Estado. Su rechazo es principalmente político”.

A propósito de lo anterior, otro dato interesante, además del anclaje político de estos líderes y sus movimientos, es que el rechazo a la vacunación se produce esencialmente en países desarrollados, lo que contrasta fuertemente con su propia historia de éxito: Para los científicos y médicos, dice Salvadori, lo efectos de la vacuna son tan evidentes que no hay necesidad de defenderla: ha salvado millones de vida y gracias a ella muchas enfermedades han desaparecido, algo que en nuestros países, con los sistemas de salud más avanzados, se tiende a olvidar.

En relación a los argumentos pretendidamente científicos que enarbolan los antivacunas, la académica francesa nos recuerda que en esto no hay nada nuevo: “Desde que la vacuna es un gesto médico, es decir desde que Edward Jenner (creador de concepto moderno de vacuna), y luego Pasteur, la entregaran a la medicina, existe un discurso científico alternativo, teorías diversas para explicar, por ejemplo, la aparición de enfermedades. Así, caeríamos enfermos menos a causa de microbios que de un terreno mal abonado: cuerpos débiles, mal alimentados, con baja inmunidad, con problemas genéticos, etc. Hoy mismo, en el medio científico hay una ciencia alternativa sobre el Covid: médicos e investigadores ponen adelante sus creencias personales, desconectados de pruebas científicas. Creen en la virtud de tratamientos que se han mostrado ineficaces como la hidroxicloroquina…”

En el “ambiente complotista” (complot es el término que se usa en Francia y es, básicamente, un sinónimo de conspiración –diccionario de María Moliner dixit–, que es el término que se usa en Chile) hay dos argumentos que suelen ir juntos en cuanto a las sospechas de la vacunación. El primero dice relación con la profitación económica en detrimento del bien común que han hecho los grandes laboratorios como Big Pharma, moviendo influencias en los gobiernos para su propio beneficio y el de sus accionistas, con la connivencia de líderes políticos o empresariales, rentabilizando así una tragedia mundial. El otro, que refiere al medio ilegítimo e inmoral de cómo se lograría este beneficio económico, pone el acento en la inusual rapidez con se ha producido esta vacuna y, por lo tanto, en la desconfianza sobre sus efectos y en lado oculto de sus verdaderas intenciones.

Respecto al primer argumento, si se condena a los grandes laboratorios que fabrican vacunas también tendría sentido hacerlo con otros medicamentos, afirma Salvadori, lo que resulta incoherente atendiendo a que los franceses se encuentran entre los mayores consumidores mundiales de antidepresivos, ansiolíticos, antibióticos. De hecho, “los fármacos más caros son moléculas muy recientes, de alto rendimiento, altamente dirigidas, contra el cáncer, por ejemplo, y cuestan una fortuna… para a veces ganar sólo unas pocas semanas de vida. Por otro lado, las vacunas que evitan muchas enfermedades críticas son gratuitas en Francia, ya que su costo es asumido por el Estado. Entonces, denunciar a Big Pharma para oponerse a la vacunación me parece una falsa retórica”.

Por otra parte, la sospecha acerca de la rapidez con que se ha desarrollado la vacuna ha sido el resorte de teorías que rozan, o que definitivamente atraviesan, la ciencia ficción -material que será de incalculable valor para series como Black mirror o para documentales de corte apocalíptico-. Sin embargo, los entramados más comunes siguen siendo las de conspiraciones político económicas entre laboratorios, gobiernos o millonarios de la industria tecnológica. La respuesta a esta duda, legítima por lo demás, es relativamente sencilla y fácil de contestar para quien se da el trabajo de buscarla, dice la viróloga francesa, y es que el uso, por ejemplo, del ARN mensajero como sistema de vacunación ha estado trabajándose desde hace al menos 15 años. “En efecto, la OMS había advertido de que en caso de una pandemia muy grave (los especialistas lo habían predicho hace tiempo) esta técnica sería la más rápida en desarrollarse y la que podría adaptarse con mayor facilidad a la evolución del virus. Así que todo el mundo ha estado trabajando en eso, y enormes cantidades de dinero se han puesto en juego. Los Estados recaudaron capital como nunca antes y las pruebas se superponían en paralelo, lo que ahorró mucho tiempo. Por lo demás, el progreso farmacéutico ha sido tremendo en los últimos veinte años”.

Para la bióloga, que los franceses se vacunen o no, va a depender de cómo se desarrolle la campaña general de inoculación, sobre todo en términos comunicacionales; con explicaciones efectivas y claras. Ya han pasado casi tres meses desde que se realizó esta entrevista y nada ha cambiado: el proceso de vacunación sigue a cuenta gotas, como si el gobierno francés, más allá de lentitud propia de países altamente burocratizados, compartiera los mismos temores que sus ciudadanos.

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