Reforma de las Naciones Unidas y proyectos de un nuevo orden político global

Cuando se discute el nuevo orden global -asunto que cada día cobra mayor relevancia, especialmente por los conflictos que amenazan la existencia de la humanidad-, dos problemas resultan especialmente importantes: las formas que el nuevo orden político y económico mundial  podría y debería asumir y quiénes serían los actores de la sociedad global con las capacidades necesarias para promover la formación de ese nuevo orden.

Crisóstomo Pizarro Contador
Director Ejecutivo del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.

La crisis de la economía global ha puesto en el primer lugar de la tabla la cuestión relativa a las instituciones que gozarían de las competencias necesarias para tomar las medidas que su gravedad demanda de una manera dramática. Esta crisis se manifiesta preclaramente en múltiples conflictos bélicos, y en la agudización de la injusticia distributiva al interior de las naciones, entre naciones y entre regiones. También pone en severo riesgo las condiciones que asegurarían el bienestar de las generaciones futuras. Queremos preguntarnos por la pertinencia y relevancia de nuevas instituciones globales capaces de regular los problemas antes señalados.

Cuando se discute el nuevo orden global -asunto que cada día cobra mayor relevancia, especialmente por los conflictos que amenazan la existencia de la humanidad-, dos problemas resultan especialmente importantes: las formas que el nuevo orden político y económico mundial  podría y debería asumir y quiénes serían los actores de la sociedad global con las capacidades necesarias para promover la formación de ese nuevo orden.

La gran disputa —que podría prolongarse por mucho tiempo, como ocurrió con la construcción del liberalismo iniciada en la Revolución fran­cesa de 1789— será entre aquellos que aboguen por un nuevo sistema menos desigual y jerárquico, esto es, más democrático, y aquellos que deseen reeditar el actual para no perder sus privilegios. Lo que resulte de esta disputa es incierto, pero podemos estar seguros de que no será el mismo sistema que ha sobrevivido ya desde el siglo XVI hasta hoy. La disputa ya ha cobrado for­mas violentas, que podrían llegar a ser aún mayores que las que hemos conocido en el pasado.

Para caracterizar el nuevo orden político global, se examinarán ahora algunos aspectos de la reforma de las Naciones Unidas y grado de afinidad con los proyectos de un nuevo “derecho de gentes” de John Rawls y transformaciones de mayor alcance como las de Luigi Ferrajoli y Jürgen Habermas sobre un constitucionalismo mundial y la sociedad cosmopolita y la democracia social global de David Held. También se mostrará la coherencia de esas propuestas con algunos de los objetivos contenidos en “Otro mundo es posible”, proclama­dos por el Foro Social Mundial (FSM). Este foro podría considerarse como uno de los actores sociales y globales de mayores competencias para promo­ver ese orden. Vale mencionar que el FSM está reorganizándose bajo el lema de “cambiar el Foro para cambiar el mundo”. Este lema se haría cargo de las fundadas críticas que se le han hecho por su poca eficacia política, asunto que será tratado más adelante

La reforma de las Naciones Unidas puede comprender dos perspectivas distintas, aunque ciertamente complementarias. La primera trata de aquellas reformas que la habilitan para actuar efectivamente en intervenciones humanitarias surgidas de la violación de los derechos humanos y de la seguridad internacional. En este análisis, deben considerarse las reformas rela­tivas al establecimiento de un efectivo tribunal penal internacional provisto de las suficientes competencias y cuyas sentencias sean vinculantes para todos los Estados, y la transformación del Consejo de Seguridad legitimado por la ampliación de sus miembros, legalidad y transparencia de sus decisiones y con efectiva capacidad de acción.

Un segundo tipo de reformas está dirigido a dotar a las Naciones Unidas de nuevas competencias capaces de regular los problemas distributivos existentes en la economía global. Se trataría de equipararla en importancia y extensión con los mercados globa­les. Los problemas y conflictos distributivos entre naciones surgidos de la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza han sido hoy agudiza­dos por la crisis climática y la apropiación privada de recursos escasos, como el agua y otros.

Si la ONU fuese dotada con efectivas competencias políticas podría reorganizar las relaciones de solidaridad tanto a escala internacional como dentro de las naciones. Esto significa una especie de constitucionalismo mundial.

El debilitamiento de los Estados en el ámbito internacional, debido a la nueva dinámica de transformaciones del proceso de globalización, muestran que la regulación de las desigualdades existentes en el mundo y la garantía de los derechos sociales —educación, salud, trabajo, salario justo, subsistencia, protección del medio ambiente, entre otros— demandan cada vez más una efectiva autoridad política mundial. Si a este fenómeno, dice Luigi Ferrajoli, sumamos la permanente migración desde la periferia de la economía mundial a sus centros más desarrollados, apreciamos mejor que una verdadera garantía de los derechos fundamentales de tipo social exige la formación de un constitucionalismo mundial.

La dimensión global de la crisis ha sido muy poco abordada en el caso de sus manifestaciones y correlaciones con la crisis que está viviendo el país de una manera cada vez más acentuada. Pareciera ser que casi todos creen que nuestra crisis será resuelta dentro de los estrechos límites del Estado-nación. Una muestra extrema de esto, es la propuesta de la derecha radical populista que la crisis por la que atraviesa Chile puede resolverse mediante la retirada de todas las instituciones de gobernanza supranacional y transnacional. O sea, pretender resolver la crisis sin considerar para nada nuestro lugar periférico en la economía-mundo capitalista.

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