¿De vuelta a la democracia protegida?

Que una proporción importante de los chilenos esté pidiendo un gobierno autoritario se relaciona directamente con la crisis de la seguridad. Las democracias son siempre menos eficaces que las dictaduras en el control del orden público. Pero esa proporción de chilenos que pide un gobierno autoritario, o sea, mano firme contra la delincuencia, bajaría sensiblemente si se le preguntara acerca de si prefiere la democracia o una dictadura.

Agustín Squella N.
Profesor de la Universidad de Valparaíso. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso

Todos decimos ser partidarios de la democracia. Enhorabuena, aunque en esto, como siempre, lo que vemos son caras y no corazones. No pocos, hasta hace pocas décadas, abominaban de la democracia, motejándola de burguesa y  propiciando su reemplazo por la dictadura del proletariado. Otros, más recientemente, postularon una democracia protegida, y la pregunta es: ¿Protegida de qué? De las mayorías, según parece, lo cual es muy raro siendo la de la mayoría la regla de oro de la democracia. Una regla puramente cuantitativa –la defiende Bobbio-, pero “siempre será mejor contar cabezas que cortarlas”.

Dicho sea de paso, el diseño del nuevo proceso constituyente parece recelar también de la democracia, puesto que al órgano del caso –el Consejo Constitucional (nótense las palabras “consejo” y “constitucional”, no constituyente), se le suman 12 bases constitucionales, una Comisión Experta y un Comité Técnico de Admisibilidad. ¿”Técnico”? Seguimos contándonos cuentos con las palabras.

Todos recordamos la amenaza del Presidente del Partido Comunista cuando llamó a “rodear” a la ex Convención. A rodearla desde la calle, o sea desde fuera, pero da el caso de que ahora el órgano principal del animal tricéfalo esbozado –el Consejo-  estará sitiado desde dentro por los dos órganos que lo acompañarán, uno de ellos –la Comisión Experta- con el encargo de redactar el primer borrador de lo que será la nueva propuesta constitucional. ¿No tenemos todos suficiente experiencia como para ignorar el hecho de que quien redacta el primer borrador de un acuerdo cualquiera tiene siempre una ventaja sobre los que a continuación tendrán que revisarlo y darle la aprobación definitiva?

Rodear la ex Convención desde la calle, o ahora desde adentro, tiene una misma explicación: el miedo. Miedo a que la propuesta se aparte de las ideas de los que en uno y otro caso deciden rodearla. Miedo a perder. Miedo a que la propuesta pueda afectar  nuestros intereses. Miedo, en suma, a la democracia.

Volviendo a ella, llama la atención que, como parte de la involución conservadora que vive el país, especialmente entre sus elites, se renueve hoy  la lógica de la democracia protegida. ¿Qué hay enemigos de la democracia en parte de la izquierda de nuestro país? Claro que sí. ¿Qué los hay también en parte de la derecha? Los conocemos muy bien. Entonces, esa parte de la izquierda y de la derecha quieren cada una proteger a la democracia, o directamente deformarla, ante la sola posibilidad de que la parte contraria se haga con el poder. Lo raro, pero también lo inquietante, es que, sin ser ni declararse enemigos de la democracia, algunos de los habitantes de la república angelical del centro empiecen a contagiarse también con la idea de que a la democracia hay que protegerla, cuidándose de la participación popular y de la aplicación de la regla de la mayoría.

 La democracia no necesita ser protegida. Ella es gobierno de la mayoría, mas no tiranía de la mayoría. La democracia da el poder a la mayoría, y eso por un tiempo limitado y bajo la condición de respetar los derechos de la minoría, en especial el derecho de esta a transformarse algún día en mayoría. Y si la izquierda sufre y se inquieta cuando la mayoría se inclina por la derecha, esta última también sufre y hasta clama al cielo cuando esa mayoría prefiere un gobierno de izquierda. Ambos sectores exageran, sin duda, y dan muestras de que no saben tolerar el gobierno de una fuerza rival. En el caso del gobierno actual, por ejemplo, y mucho antes de que incurriera en los errores que se le imputan casi siempre con razón, sus rivales políticos, tanto en el centro como en la derecha, mostraron algo más que inquietud ante la llegada a La Moneda de unos jóvenes políticos que no hacían otra cosa que dar cumplimiento a la ley de la vida: criticar a sus mayores y poner en duda las exageradamente complacientes cuentas que estos venían sacando de cuando estuvieron en la casa de gobierno. Como digo, lo que yo noto, y desde marzo hasta ahora, no es solo la comprensible frustración de los sectores que perdieron la pasada elección presidencial, sino  rabia, algo así como un despecho por haber sido sustituidos en el poder, olvidando que en una democracia ningún gobierno tiene realmente todo el poder.

Ante la pregunta acerca de quién debe gobernar la sociedad, la democracia tiene una respuesta a la vez humilde y osada. “No sé”, dice, “no sé quién deba gobernar, de manera que lo hará quien obtenga para sí la mayoría en elecciones periódicas sujetas a determinadas reglas de aplicación general”. La democracia permite que todas las fuerzas políticas concurran al espacio público para disputar pacíficamente las preferencias de los electores. Promueve el encuentro de tales fuerzas y facilita los acuerdos a que puedan llegar, sin avergonzarse cuando los acuerdos no se producen, puesto que en tal caso echa mano de la ya mencionada regla de la mayoría.

Hoy en Chile –tal es mi convicción- pasa que, justificadamente atemorizados por la crisis de la seguridad pública, podríamos estar asustándonos también de la democracia o, cuando menos, cayendo cada día más en el maniqueísmo de creer que si nuestro sector gana las elecciones, la democracia y las libertades que le son inseparables están a salvo, pero que si las ganan nuestros rivales, todo está perdido y poco menos hay que abandonar el país o sacar de nuestras fronteras los capitales y ahorros que podamos tener.

Que una proporción importante de los chilenos esté pidiendo un gobierno autoritario se relaciona directamente con la mencionada crisis de la seguridad. Las democracias son siempre menos eficaces que las dictaduras en el control del orden público. Pero esa proporción de chilenos que pide un gobierno autoritario, o sea, mano firme contra la delincuencia, bajaría sensiblemente si se le preguntara acerca de si prefiere la democracia o una dictadura.

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