El agua que se va

El acceso igualitario al agua limpia y potable, para nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos, está en crisis. Se trata de un derecho humano inalienable y en Chile debiese ser efectivamente responsabilidad del Estado.

El calentamiento global ha tenido interesantes efectos en nuestro manejo territorial del agua. Sobre todo, en el hecho de que los conocidos reservorios naturales de agua de nuestro país estaban fundamentalmente sólidos en el pasado. En Chile los llamamos hielos eternos, aunque muchos de ellos ya no lo son debido a la ocurrencia de dos fenómenos simultáneos: los glaciares están retrocediendo y la cota de temperatura cero en nuestras montañas ha estado subiendo cada año más alto. Por lo tanto, aquella entrega anual cadenciosa de agua líquida proveniente de nieve y hielos hacia ríos y lagos ya no es tal. El agua de lluvias cada vez más densas y rápidas cae abundante en cuencas montañosas altas, que ya no congelan y nada las retiene. Por lo tanto, escurren instantáneamente hacia abajo, provocando salidas de cauces e inundaciones catastróficas en territorios agrícolas y poblados.

El calentamiento global, sobre todo el aumento de temperatura en aguas del Pacífico – el océano más grande del planeta –, provoca una tasa de evaporación mucho mayor a la histórica. Aguas calientes y bajas presiones implican mayores frentes de tormentas, incluidos los ya conocidos ríos atmosféricos, que traen mucha agua evaporada sobre América de Sur que, en el caso de Chile, no siempre es detenida ni retenida por la Cordillera de los Andes. En el último tiempo el fenómeno de nuestras recurrentes inundaciones – ya lo hemos descrito en artículos anteriores –, se viene repitiendo año a año con ciudades inundadas, ríos desbordados y muchas pérdidas de campos de cultivo, remociones de masa, infraestructuras y daños a las viviendas. La crisis del calentamiento global ya está aquí, no es sólo un problema nacional y no podemos revertirla.

Planteado de una manera simple, Chile, sus cultivos, bosques, industrias, minerías y sus ciudades siempre necesitan agua, pero ahora el agua llega esporádica, abundante, rápida y debemos aprender a retenerla, antes que se vaya al mar o se expanda donde no debiese generando desastres.

Deberemos generar como país grandes reservorios artificiales que sean capaces de retener, desarrollar infraestructuras para infiltrar controladamente y manejar el agua de todas las cuencas del país, tanto en la superficie como en el subsuelo. Un ejemplo local exitoso, hasta ahora, es al tranque artificial Los Aromos, al final del estero de Limache en su salida al río Aconcagua. Grandes bombas suben el agua del río antes que llegue al mar y van llenando el embalse, junto con la captación pluvial de toda la cuenca, aseguran el abastecimiento de agua al Gran Valparaíso y Viña del Mar.

Existen otros reservorios importantes, aun poco mapeados, mal controlados y de volúmenes escasamente medidos. Estas son las aguas subterráneas, infiltradas en capas permeables a profundidades no del todo conocidas. Existen lagos y lagunas bajo el suelo, la mayoría en capas esponjosas del subsuelo. Por ejemplo, históricamente el agua de Iquique proviene de un enorme manto relicto subterráneo en la meseta superior (Pampa del Tamarugal), que se recargaba lentamente, por los siglos, con agua de las montañas. Existían allí hace más de 50 años las “cochas”, en las que los habitantes plantaban en excavaciones longitudinales en el desierto y cultivaban sin regar. Esta práctica de miles de años, ya no puede llevarse a cabo, dado el alto volumen de agua que demanda una ciudad en el desierto costero. Iquique, hoy con 200 mil habitantes, en el futuro deberá desalinizar agua de mar para subsistir y prosperar.

El calentamiento global ha cambiado los ciclos del agua a los que estábamos acostumbrados, hace por lo menos desde 20 años atrás. Llevamos en Chile 20 años de sequía prolongada y en ellos hemos crecido de 15 a 20 millones de habitantes. La crisis ya está definida, con una demanda de agua creciente. El país debe implementar estrategias a corto, mediano y largo plazo, tanto para proteger sus glaciares, como para construir infraestructuras para retener el agua de lluvias intensas y esporádicas, con cota cero más alta. Esto significa desarrollar nuevos embalses y sistemas de infiltración inteligentes, mejorar las tecnologías de uso de agua en la minería, la industria, la agricultura, las ciudades y el sector habitacional, aumentando de todas maneras la desalinización.

Por supuesto, debemos entender que el agua, en su ciclo natural, la interceptamos las comunidades humanas con nuestros sistemas de vida y sistemas productivos, pero el agua debe continuar su tránsito, y he aquí la condición, continuar lo más limpio posible, ojalá sin hidrocarburos, químicos industriales, agroquímicos, microplásticos, materias orgánicas contaminantes, metales pesados, y todo aquello con lo que artificialmente ensuciamos las aguas que interceptamos de su ciclo natural.

El acceso igualitario al agua limpia y potable, para nosotros, nuestros hijos, nuestros nietos, está en crisis. Se trata de un derecho humano inalienable y en Chile debiese ser efectivamente responsabilidad del Estado.

Pedro Serrano R.
Socio del Foro Valparaíso, Director Unidad de Arquitectura Extrema, UTFSM y Presidente de Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable.

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