Crisóstomo Pizarro – Un resumen del concepto de “acumulación civilizatoria” en Ernesto Ottone
La dicotomía entre lo universal y lo identitario sería superable si se aceptara el concepto de “acumulación civilizatoria”, el cual gozaría de la capacidad para reconocer el carácter identitario de lo nacional, lo étnico y lo religioso conjuntamente con la asunción de la idea de cosmopolitización. Sin esta idea lo identitario sería reducido a un provincialismo ciego.
El concepto de “acumulación civilizatoria”elaborado por mi amigo y colega Ernesto Ottone[1] representa una visión muy afín con la idea de Habermas sobe el tránsito de la eticidad a una “moral universal”, mediante la práctica de la ética del discurso, y con la de Rawls sobre los consensos sobrepuestos y el nuevo derecho de gentes, que expongo latamente en un libro que publicaré con el FCE en 2018.
El concepto de acumulación civilizatoria considera principalmente los avances de las TIC y las inquietudes y riesgos originados por la globalización -aspectos que Chile debería tener muy presente para entenderse mejor a sí mismo, sus problemas y desafíos-, la caída del orden político internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial y consolidado durante la Guerra Fría, y las interpretaciones optimistas y pesimistas del eventual futuro del mundo y sus formas de organización de acuerdo a autores tales como Francis Fukuyama y Samuel Huntington. Ninguno de ellos pudo ver confirmados sus pronósticos.
Ottone explica luego cómo la pérdida de la fuerza del eje ideológico de la Guerra Fría, “la razón cultural que estaba subsumida por la razón política, adquiere una fuerte presencia y reemplaza en cierta medida a ésta última como lógica explicativa y movilizadora del conflicto”, que se revela en nuevas formas, actores, una nueva base tecnológica, alianzas y enemistades.
Teniendo en consideración el análisis precedente, Ottone sitúa el centro del concepto de acumulación civilizatoria en las relaciones entre una moral normativa universal y los movimientos identitarios, especialmente los de raíces religiosas fundamentalistas.
Las “construcciones identitarias antimodernas” representan una reconstrucción de una tradición en clave fundamentalista para ser usada contra la modernidad que se asimila a lo occidental. Es el caso de la fortaleza guerrera del Islam. Ottone destaca la prolongada historia de subyugación y dominación colonial de la cultura árabe a partir de la derrota de su expansión territorial en el siglo XV. A la dominación colonial hay que sumar la del imperio Turco Otomano. Hasta ese siglo el desarrollo de la cultura árabe era semejante a la del Occidente cristiano e incluso superior. Anteriormente, en la España del siglo XII el califato de Córdoba acogió a través de sus más eximios representantes la filosofía hebrea y la islámica medieval.
En Occidente, el extremo de la posición fundamentalista es ocupado por aquellos que “se consideran cruzados de una modernidad que asimilan a su propia versión de lo moderno, cuando no a sus intereses y son capaces de invadir territorios, levantando banderas nobles de transferencias democráticas que apenas recubren sus ansias de obtener ventajas económicas o geopolíticas”. Esa modernidad tampoco omite invocar los mandatos divinos como fuente de inspiración para sus acciones.
Las tensiones entre lo identitario y lo universal también son reconocibles en otras partes del mundo en las que combinan manifestaciones xenófobas y nacionalistas y en algunos casos también tendencias de tipo religioso. Por ejemplo en la ex Yugoslavia, con posterioridad a la Guerra Fría, se vivió una guerra sangrienta cuyas repercusiones perduran hasta la actualidad. Otro caso es el de las tensiones entre Rusia, que busca recuperar su estatus en el sistema internacional tras el colapso del bloque soviético, y una Ucrania muy erosionada entre nacionalistas y prorrusos.
El centro de la atención se concentra hoy en el islamismo en su versión más dogmática y guerrera, incapaz de dialogar con una modernidad normativa. La fortaleza de la versión guerrera del islam, esto es lo que conocemos como islamismo, parecería obedecer en gran medida a una larga historia de subyugación y dominación colonial que marcó durante siglos el desarrollo de la cultura árabe a partir de la derrota de su expansión territorial en el siglo XV, como se mencionó anteriormente[2].
Las propuestas de modernidad como el fundamentalismo religioso suelen encubrir con los valores proclamados razones menos ideales como el poder, la expansión territorial o intereses claramente económicos
En la evolución del conflicto entre la propuesta de modernidad occidental y el fundamentalismo religioso Ottone distingue dos momentos importantes. Luego de la derrota del expansionismo del islamismo en el siglo XV, se consolida una superioridad económica científica, militar y cultural de occidente que perdurará hasta el colonialismo del siglo XX. A mediados del siglo XX se puede observar un periodo de renacimiento árabe reflejado en el surgimiento de movimientos nacionales modernos, partidarios de una mayor apertura religiosa y el establecimiento de Estados laicos basados en los valores propios de la modernidad. Sin embargo, algunos de los nuevos regímenes asumieron formas autoritarias incurriendo a la vez en distintas formas de corrupción y abandono de sus pueblos. Esto desembocó en que dichos pueblos llevasen a cabo acciones conducentes a “formas desesperadas de identidad”, lo que trajo como consecuencia el ascenso al poder de grupos políticos que usando los instrumentos de la modernidad popularizaron las versiones más fundamentalistas e intolerantes del Islam. Esto no ocurrió exclusivamente en el mundo árabe sino que también en el amplio mundo islámico[3].
Sin embargo, la relación conflictiva entre identitarismos cerrados y la universalidad normativa no debería ignorar el intercambio entre ambos mundos. Europa se benefició con el desarrollo de las matemáticas, la ciencia y la tecnología originadas en el mundo árabe del segundo milenio así como de otros avances procedentes de China, India y Persia. El mismo Dante Alighieri fue “contaminado” por los autores árabes. Por otra parte, hay que destacar que los valores morales de la modernidad estuvieron también condicionados por la influencia de la antigua Grecia, Roma y por la promesa paulina que proclamaba la salvación de todos. En todo caso, la idea de universalidad debió recorrer un difícil camino para manifestarse en los filósofos de la Ilustración y en las revoluciones Francesa y Americana: el Renacimiento, la Reforma religiosa, las guerras de religión y la derrota del absolutismo. La Historia de occidente, marcada por la esclavitud, colonialismo, racismo, discriminación y dictaduras aún no ha terminado. Citando a Bobbio, Ottone dice que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 representa la conciencia histórica que la humanidad tiene de sus propios valores, pero que “sus tablas no han sido esculpidas de una vez y para siempre”. Por ello, fue muy controvertida la interpretación que hicieron de dicha Declaración los Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Esta situación no varió tras el fin de la Guerra Fría, ya que en diversas conferencias de las Naciones Unidas sobre derechos humanos, mujer y población se ha hecho patente el choque entre identidad cultural y universalismo.
Ante esta realidad, Ottone propone rechazar la dicotomía entre lo universal y la identidad cultural como fenómenos estáticos. Esto supone conceptos más “débiles” en el sentido de Vattimo. Esto equivale a la idea de Rawls de derecho de gentes, la conservación de valores y costumbres al mismo tiempo que la apertura para perderlas o transformarlas. Esta idea es análoga a lo que Habermas llama el tránsito de la eticidad idiosincrática a la moral universal mediante la práctica de la “ética del discurso”.
La propuesta de Ulrich Beck de emplear el concepto de cosmopolitismo como sinónimo de universalismo resolvería esa dicotomía. El cosmopolitismo asumiría “la diversidad histórica, lo nacional, lo étnico y lo religioso señalando que la cosmopolitización sin provincialismo queda vacía, y que el provincialismo sin cosmopolitización queda ciego.
Estas dos visiones de identidad y universalismo constituirían una referencia universal del concepto que Ottone ha llamado “acumulación civilizatoria”.
[1] El concepto de acumulación civilizatoria fue presentado por Ernesto Ottone en su discurso de incorporación a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile el 21 de abril de 2016 y ahora será objeto de un libro que publicará el FCE este año.
[2] El concepto de Islam se refiere a la religión monoteísta de origen abrahámico que surgió en la península arábiga durante el siglo VII. El islamismo en cambio se refiere a una serie de movimientos ideológicos que buscan adaptar la vida política de sus respectivos Estados a los preceptos religiosos del Islam.
[3] Por mundo árabe se entiende a las naciones cuya población pertenece a esta etnia. Como unidad abarca el norte de África, Medio Oriente –excluyendo Israel-, y la península arábiga. No obstante, no todos sus habitantes, por el hecho de ser árabes, profesan la fe islámica: también hay presencia católica romana, ortodoxa, copta y de otros grupos. El concepto de mundo islámico sí aborda a las poblaciones de religión islámica, e incluye además de los árabes musulmanes a los provenientes de África Subsahariana, Asia Central, el subcontinente Indio y el Sudeste Asiático.
Crisóstomo Pizarro Contador
Director Ejecutivo, Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.
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El artículo del Dr. Pizarro acerca del concepto de “acumulación civilizatoria” de un documento del profesor Ernesto Ottone es una muestra palpable del cambio cultural en nuestra Universidad desde la Reforma Universitaria hasta nuestros días. Hoy es una realidad la libertad de debatir en términos académicos en la Universidad, y esa libertad es una toma de conciencia de la misma por parte de profesores y alumnos para hacerlo.Supone información, investigación y exposición del tema central. Es un acto racional y emocional controlado por cada participante.
Me pregunto que cambió en mí para sostener lo dicho. Desde luego la madurez y mayor sabiduría que nos da la vida, pero no descarto mis propias limitaciones a esa fecha, año 1967, cincuentas años atrás.
Imagino cuan importante habría sido conocer sobre dicho concepto, tomado en términos peyorativos, la opinión de calificados profesores de distintas tendencias que existían a la fecha de la Reforma, en Arquitectura, de Filosofía, Historia, Ciencias Sociales y Desarrollo. En pocas palabras, respetando la historia y sus circunstancias, pero sin dejar de soñar, haber podido controvertir en un debate académico los principios de la Reforma universitaria de nuestra UCV del año 1967 La presencia de Godofredo Iommi, Alberto Vial, Alberto Cruz, Tuto Baeza, Fernando Molina, Oscar Herrera y tantos otros profesores y dirigentes estudiantiles eran de seguro una espectáculo digno de vivir.
Saber de ti por este medio es motivo de gran alegría. Muy valiosa la relación que haces entre esta columna y el cambio cultural y su expresión en la libertad académica. Un abrazo