La fiebre del Coronavirus nos recuerda lo frágil que somos

esta pandemia nos vuelve a recordar lo frágiles que somos. Pese a lo complejo que estamos viviendo, creo que se superará en algún momento. Hay que creer en la ciencia, pero también creer en la voluntad de cooperar y evolucionar hacia un nuevo estado, donde prime más la cooperación que la competencia, el ponerse en lugar de otros y el bien común por sobre la ganancia.

En un mundo vertiginoso, donde los cambios son cada vez más rápidos, en un contexto global marcado por la incertidumbre y la no certeza de lo que va a ocurrir mañana, un virus nos ha obligado a detenernos y cuestionarnos todo, desde algo tan cotidiano como un abrazo o un saludo de manos hasta nuestro trabajo, las compras en el supermercado, el aporte que realizamos a la sociedad o cómo educamos a nuestros hijos.

Juan Paulo Roldán
Magíster en Relaciones Internacionales PUCV. Socio del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso.

Prácticamente, no hay labor humana que no se haya visto afectada por el Covid-19: curiosamente los más impactados a nivel mundial son los que generan más dinero: el mundo del espectáculo y los deportes masivos. Se suspende los grandes torneos como la Copa América y la Eurocopa (también los Juegos Olímpicos de Japón) se postergan conciertos y los artistas en el mundo se renuevan ofreciendo presentaciones gratuitas desde sus hogares para conectar con las audiencias, ávidas de encontrar un rato de dispersión y relajo en sus hogares, recluidos hasta nuevo aviso.

Imposible no recordar a la gran Mafalda: con su frase: “¡Paren el mundo, que me quiero bajar¡” Y se paró el mundo. Y no sabemos hasta cuándo estaremos en esta situación.

En estos días, surgen también con fuerza múltiples ideas para enfrentar los desafíos que se vienen. Los economistas advierten de la gran recesión que afectará al sistema internacional. Los menos optimistas plantean que será más fuerte que la vivida en 2008. Al menos hace 12 años, sabíamos cómo enfrentarla. Ahora hay más incertidumbre y la globalización continúa impactando con la interdependencia del ámbito bursátil y los mercados.

Países como el nuestro, alejado de las grandes capitales, claramente ya está viendo efectos, lo que se relaciona directamente con la dependencia que tenemos a la exportación de materia prima a mercados asiáticos y europeos, lo que se une a la caída del precio del cobre, nuestro principal ingreso.

El impacto se percibe rápidamente en los fondos de pensiones y en las expectativas de crecimiento que han llevado a los países a recortar sus tasas de interés y poner más recursos fiscales para enfrentar el golpe. Países que viven del turismo, como Italia y España, son los más afectados y no sabemos cuándo volverán a tener cifras azules.

En todo caso, las pandemias no son nuevas para la humanidad y no son culpa únicamente de la globalización acelerada que vivimos, pero las más dañinas están asociadas a enfermedades infectocontagiosas.

La más grande fue la peste negra que entre 1347 y 1351 tuvo una mortalidad de casi la mitad de la población europea, con más de 200 millones de muertos. La viruela también dejó estragos en el siglo XVI con más de 50 millones de fallecidos. A fines de la década de 1910, la gripe española dejó a otros 40 millones de muertos. Son cifras impactantes, pero aunque el contexto epidemiológico cambió y los avances de la ciencia nos han permitido llevar una mejor calidad de vida, lo que está ocurriendo con el Coronavirus, nos lleva a reflexionar nuevamente sobre la fragilidad de la vida humana, pese a los logros de la ciencia alcanzados durante los últimos años. 

El autor Mario Vargas Llosa lo ha recordado hace poco al plantear que el Coronavirus ha reflotado los mismos temores que teníamos en la Edad Media. El miedo a la peste es en el fondo el miedo a la muerte. Todos sabemos que tarde o temprano se encontrará la vacuna para el Covid-19, así como se ha avanzado con el antídoto para el Sida, el Ébola u otros virus, pero el viejo terror a la muerte no ha desaparecido del todo, pese a los extraordinarios progresos de la civilización.

En esta misma línea, creo que el mayor golpe del virus no ha sido sólo en lo sanitario por la elevada cantidad de muertes, ni en lo económico, sino que en lo social, en lo que nos configura precisamente como seres humanos, como entes sociales y comunitarios que vivimos en sociedad y que “nos constituimos” en sociedad.

Es en tiempos de crisis donde nos damos cuenta de lo frágil que es la humanidad. De lo dependiente que somos de otros.  Pero también en momentos difíciles podemos ser capaces de mostrar lo mejor que tenemos. Es imposible no recordar al gran escritor portugués José Saramago que decía “somos ciegos que pueden ver, pero que no miran”.

Es en estos días de encierro y de cuarentena (autoimpuesta o general) donde anhelamos algo tan simple como apreciar la naturaleza, ver el mar, disfrutar de un encuentro familiar, sentir un abrazo o un gesto afectuoso, los pequeños momentos que le dan sentido a la vida.

¿Qué reflexión se puede sacar de esta pandemia que ha impactado al mundo de manera tan profunda? Me quedo con las recientes palabras del destacado intelectual y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Agustín Squella, en una reciente entrevista donde plantea que “ojalá esta crisis sirva para tomar mayor conciencia de que vivimos en sociedad, unos con otros, y no solo en relaciones de intercambio y de competencia, como propone el neoliberalismo, sino también de colaboración y de solidaridad”.

El fenómeno que estamos enfrentando es nuevo y no sabemos sus alcances. No tenemos el antídoto y tampoco podemos medir sus posibles efectos. De lo que sí estamos seguro es que se está viviendo un cambio de época, donde tendremos que modificar las tradicionales estructuras de la política pública y del sistema económico imperante para adaptarnos a este nuevo paradigma.

El trabajo desde casa y la enseñanza a distancia son dos opciones que han tomado fuerza, pero ¿qué pasa con los trabajadores de la salud que ya no dan abastos a nivel mundial? ¿Los que reponen mercadería en los supermercados? ¿Los que trabajan en pequeños puestos de fruta o verdura? ¿Los profesionales o técnicos que colaboran a honorarios sin tener un mayor respaldo económico?

Como planeta, como especie y como seres humanos, esta pandemia nos vuelve a recordar lo frágiles que somos. Pese a lo complejo que estamos viviendo, creo que se superará en algún momento. Hay que creer en la ciencia, pero también creer en la voluntad de cooperar y evolucionar hacia un nuevo estado, donde prime más la cooperación que la competencia, el ponerse en lugar de otros y el bien común por sobre la ganancia. De todos dependerá enfrentar esta nueva fase en la evolución de la humanidad.

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